sábado, 28 de septiembre de 2013

And now I'm deeper than the darkest sea.




Fui verde, más verde que las colinas
donde crecían las flores y el sol brillaba tranquilo
Y ahora soy más oscuro que el mar más profundo
Sólo ayúdame, dame un lugar en el que estar

De estafadores y balsas.

Vale, ya lo sé, todo el mundo conoce la parábola de la balsa expuesta en el Alagaddûpamasutta. Pero por si alguien se la ha perdido porque no venía en su manual de budismo para dummies, la resumo. No me voy a enrollar. Érase una vez que Buddha andaba por los manglares de la India dedicado a soltar apotegmas de sabiduría a troche y moche que la gente utilizaría en Twitter veinte siglos más tarde y se encontró con unos monjes. Aprovechó que aquellos monjes no tenían tele para contarles que el dharma, su enseñanza, era como una balsa hecha de palos, hierba y hojas que alguien construye para cruzar desde la orilla tenebrosa de un río (ajá, el samsara, muy bien) hacia la otra orilla soleada y tranquila. (La "otra orilla". Quedaros con esto, que es importante.)

Una barca improvisada sin mucho valor, hecha de hojarasca mojada, palos medio podridos y hierba embarrada, que sólo tenía un propósito: ayudar a cruzar el río. Porque nadie sería tan imbécil de convertir un medio en un fin, de convertir algo provisional en un nuevo objeto de apego. No se trata de una balsa muy bonita que me gusta mucho porque la he hecho yo y le tengo cariño. No. Que no, he dicho. Esta dimensión iconoclasta de la enseñanza budista se acentuaría sobre todo en las tradiciones de la Grandeza (mahâyâna). Si encuentras al Buddha en tu camino, mátalo. ¿Con una cucharilla? ¿Con un hacha? ¿Con un AK-46? ¿Con una motosierra? ¿Enseñándole la factura de la luz?  Da igual. Mátalo. Déjalo seco. Bang. Sirenas de ambulancia. La silueta de un gordito pintada con tiza en el suelo.

(Acabo de acordarme de una anécdota. Uchiyama, el discípulo de Sawaki Kodo, cuenta en algún lugar que en el zendo de Antaiji hace tanto calor en verano que decidieron quitar del altar la estatua dorada del Buddha y poner un ventilador. Si encuentras al Buddha en tu camino, mátalo. Si eres un japonés de un templo diminuto perdido en mitad de las montañas y tienes calor en verano, cámbialo por un ventilador para que no te ases como un pollo mientras meditas.)

¿Y qué significa que mates al Buddha si lo encuentras? Que en el budismo se trata de escapar a aquella perspectiva entre paranoica y autorreferencial en el que se utiliza a la religión como un nuevo Pokemon que hay que coleccionar. Es un hecho que la sustancialización de "la otra orilla" como algo que puedo aferrar, conseguir, lograr (llámese iluminación, 悟り, blablablá) ha convertido en irrespirable el ambiente ya de por sí bastante enrarecido del budismo europeo (no hablo del budismo español, porque no podríais consolarme). Como si alguien hubiese tenido la genial idea de embotellar el aire que todos respiramos y vendérnoslo, a sabiendas de que no podemos vivir sin él.  El dharma, una balsa pergeñada con ramitas, con cosas que uno puede agacharse y coger sin pedirle permiso a nadie, se ha convertido en un producto a módico precio, comercializable en cómodos packs: conferencias, sesshins, introducciones a la meditación. Vacaciones espirituales al alcance de la mano. Materialismo espiritual de sabores. Cesación del sufrimiento kármico con pepitas de chocolate. Iluminación de saldo en paraje incomparable.

Y es que a lo mejor necesitamos recuperar esa impermeabilidad contraria a la superstición, ese rechazo enérgico a cualquier tipo de "endiosamiento" (¿embuddhamiento?) que ha caracterizado durante milenios al budismo si queremos que el arbolito del dharma, transplantado entre nosotros, cristianos hasta antes de ayer, dé algún tipo de fruto nutritivo y no solamente caramelos. La parábola de la balsa nos pone en guardia contra todo intento de convertir en dogma cualquier parte de la "enseñanza". Se comienza dogmatizando y se acaba dispensando el dogma por un puñado de euros. Nada en el dharma es "verdadera enseñanza" que algún "especialista en el dharma" deba enseñar, porque lo esencial de esta enseñanza es su provisionalidad. Ni siquiera lo que se nos vende en un papel impreso lleno de kanjis con la fotografía de un señor con la cabeza rapada y un manto azafranado puede considerase como "budismo genuino", porque no hay nada genuino que lograr. No hay nada que obtener: sólo hay una balsa que se abandona al final, para siempre. Pero ¿dónde está el final? ¿Cuándo se acaba de bracear montado en la balsa, con la cara mojada y los ojos llenos de agua? Eso es lo que hay que averiguar. Lo demas son placebos baratos o estafas.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Mierda.

Podríamos interpretar la primera noble verdad del Buddha como sigue: todo es mierda. No se trata de una metáfora. El ser humano es el único animal que produce basura y nuestro cuerpo es una perfecta fábrica de excrementos. No olvidemos la mierda que sale de un cuerpo enfermo, la mierda de la vejez, la podredumbre de un cuerpo muerto: mierda, mierda, mierda.
En la mierda se revela el perfil básico de la vida. Su desesperanza, su caducidad, su inanidad.
La segunda noble verdad implica que todo acaba convertido en mierda porque tenemos hambre y que estar vivo es estar hambriento. Cada una de nuestras células, cada uno de nuestros poros, cada uno de nuestros gestos es la expresión de este hambre primigenia e inextinguible. Nuestros dientes son hambre objetivada, nuestros dedos se retuercen ansiosos, nuestros genitales están muertos de hambre. Masticamos sin cesar, creyendo que, al acabar la digestión, ya estaremos saciados de una vez para siempre.
Pero no.
La tercera noble verdad dice que el aburrimiento nos permite darnos cuenta de que estamos hambrientos. El aburrimiento es la persistencia del hambre sobre la saciedad, la victoria gozosa del hambre sobre la pobre excusa de migajas con las que siempre nos conformamos. El aburrimiento revela el hambre que nos constituye tal y como es, sin medias tintas ni paliativos. El aburrimiento es como quitarse las legañas de la cara. Kilos de legañas.
La meditación sólo nos ayuda a darnos cuenta de esa obviedad existencial para la que el cuerpo es demasiado escéptico cuando está saciado. El sexo, el oxígeno, la comida engañan al cuerpo, lo mantienen apegado a la ignorancia de la verdad básica que define nuestra existencia sobre la Tierra.
Cuando estamos satisfechos, ignoramos que somos una fábrica de mierda que no cierra jamás, que no hace EREs, en la que se trabaja veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Incesantemente, sin parar.
La cuarta noble verdad concluye que podemos ejercitarnos en el aburrimiento sin parar jamás. Sentarse en zazén es atreverse a morirse de hambre, es ayunar voluntariamente una vez, dos veces, millones de veces, durante toda nuestra vida.
Tan sólo sentarse (practicar zazén) significa aceptar gozosamente esa pobreza hambrienta que nos mantiene vivos. Las manos desisten de tocar mierda, la boca se abstiene de tragar mierda, nuestro cerebro deja de producir mierda. El hambre nos atenaza y nos recuerda constantemente que somos un frágil montoncito de carne con una boca y un ano que sólo quiere dormir la modorra satisfecha en la que nos arrullan todos los fantasmas en los que se individúa la mierda universal.
Tan sólo sentarse (practicar zazén) es buscar refugio en el hambre que nos constituye, hacer amistad con ella. Voluntariamente. Negarse a comer por el mero placer de negarse. Aunque no se trata de decir sí, ni de decir no. Tampoco se trata de acallar el rugido de nuestras tripas hambrientas. Se trata de sentarse en mitad de ese rugido sin prestarle atención en virtud de la soberana libertad que nos constituye. Porque sí.
Pero ¿quién querría matarse de hambre cuando el mundo está lleno de cosas para consumir? ¿Quién sería tan rematadamente idiota?
¿Os acordáis? "Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es."

Perder es despertar.

Satori significa perder. Ilusión significa ganar.Sawaki Kodo

No creo que haya una frase más fascinante ni que resuma de manera más efectiva ese "andar a contracorriente" (patisotagâmin en sánscrito) en el que consiste la enseñanza del Buddha. El cristianismo ha formulado esta idea de manera meridiana: "quien quiera salvar su vida la perderá" (Mc. 8, 35). Porque todos nos esforzamos en ganar: prestigio, dinero, personas, recuerdos, posición social. Pero aquí se trata de perder cuanto más mejor. Y ante todo, perder los juguetes que entretienen nuestro aburrimiento. Pues la dialéctica de quien vive según el mundo es sencilla: esto me gusta, quiero jugar un rato; esto no me gusta, no quiero jugar. Pero quien toma refugio en el Buddha toma refugio en la parte más extraña al sentido común, tira a la basura las marionetas sucias, la juguetería, las excusas baratas. No por odio a la vida ni por vanidad, sino porque hemos crecido por fin. Zazén es crecer de una vez por todas, salir de la habitación de los juguetes de una vez para siempre sin resentimiento. Porque no hay un "dentro" en el que atesorar lo que deseamos, ni un "afuera" al que relegar aquello que odiamos. Porque tan sólo sentarse, en silencio, es como colocar una ventana en mitad de nuestra vida. Una ventana por la que entre el aire para poder respirar de una vez, para abrir los ojos de una vez, para ver la vida tal y como es bajo la forma de la hermosísima estrella de la mañana. Una ventana de dos sílabas: za-zén.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Mamá, ¿cómo me siento en zazén?


La absorción de la enseñanza budista se compone de dos fases: en la primera, hay que esforzarse en hacer cierta cosa. En la segunda, una vez aprendida, hay que repetirla infinitamente, poniendo todo el cuidado del mundo en realizarla sin parar jamás. Este vídeo resume perfectamente en apenas unos minutos esa cierta cosa que conviene aprender en la primera fase y en la que confluyen todas las tradiciones de eso que designamos, de manera vaga y casi incorrecta, por abstracta, como "budismo". Al mismo tiempo, deja entrever la maravilla del cuidado que le es consustancial, la fragilidad meticulosa y atenta con la que deberíamos repetirla una y otra vez, hasta el final de los finales. Dado que el budismo no es una ortodoxia (creer en un dogma que damos por bueno basándonos en la autoridad de alguien) sino en una ortopraxis (hacer algo de manera correcta), este vídeo podría ahorrarnos muchísimas horas de discusiones escolásticas sobre algo de lo que no merece la pena hablar, porque no hay manera de aprehenderlo con palabras.

Sobre la repetición infinita de zazén, infinita como la respiración de alguien que está vivo, Roberto Poveda ha publicado en su blog un texto precioso que podéis leer aquí (+)

(Para quien tenga curiosidad, 雲堂 (jap. undô), los dos ideogramas que aparecen al principio del vídeo, significan "vestíbulo de nubes".)